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El incalculable valor de la confianza

Una reflexión sobre las empresas multinacionales en Colombia luego de la visita de Jeb Bush


Por Laura Del Castillo Matamoros
Columnista Editorial de Narco News

1 de marzo 2005

En nombre de la libertad de mercado y la libre empresa, hace una semana vino a Colombia Jeb Bush (la familia sabe bien que está siempre será su casa), acompañado por una corte de 190 nobles empresarios (principalmente de áreas como tecnología, software, comunicaciones, dotación hospitalaria y equipos farmacéuticos) que valientemente, también en nombre de la libertad de mercado y de la libre empresa enfrentaron sus temores de venir, a este país extraño y violento que se muestra en los noticieros de la CNN, para reunirse con el superpresidente Alvaro Uribe el 20 de febrero, durante un almuerzo en el Country Club de Bogotá (donde se reúnen para conspi… perdón, para departir, los personajes más ilustres de la vida política del país).

De esta manera, los empresarios de la delegación estadounidense vinieron, entre otras cosas, a vender sus productos (una muestra de su emprendedor espíritu comercial) y a compartir su sabiduría y su vasta experiencia en el área de los negocios con dirigentes gremiales colombianos, quienes se mostraron satisfechos con la idea de “fortalecer el intercambio comercial con los Estados Unidos”. Y lo mejor de todo es que los notables visitantes quedaron tan contentos con el encuentro que están prestos a buscar socios que promuevan sus productos aquí e inviertan allá, sobre todo en Finca Raíz. Es decir, ingeniosamente, pueden aumentar su capital por un lado y otro, mientras los empresarios de aquí logran cumplir el sueño dorado de todo auténtico hombre de negocios colombiano que se respete: vivir en Miami.

Y ni qué decir de lo feliz que se le veía a Mr. Bush, hermanito, cuando habló sobre lo tranquilos que se sentían los empresarios estadounidenses desde que el presidente Uribe había llegado al poder: “El presidente Uribe ha tenido logros (refiriéndose al tema de la seguridad) para aumentar la confianza y atraer inversión”. Es que, estimados lectores, no hay que olvidar los beneficios del Plan Colombia y su hijito (hablando de cuestiones de familia), el Plan Patriota, gracias a los cuales ha sido posible fortalecer, con el visto bueno de la Casa Blanca, el aparato militar que durante 24 horas presta un eficaz servicio de protección y vigilancia a estos focos de inversión extranjera que han tenido la gentileza de posar sus ojos en nuestro país.

Así mismo, Bush dio un espaldarazo al gobierno colombiano para continuar con su cruzada contra el terrorismo afirmando –y dando así muestras de su coraje– que la guerrilla no va a asustar a los inversionistas. ¡Qué temerarios son!

Pero lo más conmovedor de este encuentro fraternal, de “esta misión comercial y de amistad”, como la denominó el gobernador de la Florida, fue el momento en que dijo una emotiva frase de aprobación a la modesta labor del gobierno colombiano en pro del capital estadounidense: “Colombia nos inspira confianza”.

Estas hermosas palabras que llegan a lo más profundo de los obedientes corazones colombianos, inevitablemente le hacen pensar a uno, con emoción, en aquellas empresas extranjeras que –en su cruzada por el mundo subdesarrollado, defendiendo la libertad de mercado– han hecho un alto en el camino para colaborar en la lucha por alcanzar el progreso que, desde hace años, han emprendido los señores latifundistas y los sectores más pudientes de nuestro país.

Es por eso que hoy, apreciados lectores, a manera de almibarado homenaje, me gustaría recordar lo que han hecho las dos más importantes empresas multinacionales estadounidenses para hacer de éste un país mejor, dos empresas que han depositado su confianza en nosotros. Hablo nada más y nada menos que de Coca Cola y de la Occidental Petroleum Company.

¿Qué haríamos sin ellas?

Coca Cola es así: La “chispa de la vida”, el símbolo por excelencia del sueño americano. Cuenta con embotelladoras, accionistas y colaboradores en casi todo el planeta (en algunos países, por cierto, se ha convertido en un ejemplo de austeridad para los empleadores de todo el mundo, al promover que varios niños pobres del mundo tengan la oportunidad de colaborar con la economía familiar. Como es el caso de aquellos que trabajan en los cultivos de azúcar de El Salvador. Esta empresa –que “lleva 60 años progresando con Colombia”, como reza el eslogan que aparece en su sitio web, y que en todos lugares donde hace negocios se considera como compañera de la sociedad– posee 20 embotelladoras en Colombia, 17 de las cuales pertenecen a la compañía Coca Cola FEMSA, mientras que las restantes están en manos de particulares. Ha sabido explotar eficazmente nuestras reservas de agua y azúcar, entre otros insumos. Y además, cuenta con una inversión superior a los 300 millones de dólares (o más), capital que se ha sabido invertir muy bien en millonarias inversiones en envases y activos, en el fortalecimiento de las plantas de producción y en publicidad, entre otras cosas. ¡Cuánta envidia! ¿Cuál será el secreto para alcanzar tanta prosperidad? A continuación veremos algunas claves para el secreto del éxito empresarial:

La estrategia de Coca Cola ha consistido básicamente en reducir los costos de producción, algo que ha logrado con eficacia al recurrir al despido masivo de trabajadores (lo que no sirve que no estorbe). Así, es posible invertir más bien en tecnología de punta que asumir los gastos innecesarios que implica el trabajo de la planta: seguro social, primas, vacaciones, pensiones y otros beneficios laborales. Además si se necesita mano de obra es posible aplicar un método que está muy de moda en Colombia, desde hace ya varios años: el de la subcontratación (PDF), es decir el empleo de trabajadores temporales, que no pueden exigir garantías de ninguna clase porque no cuentan con estabilidad laboral ni con la posibilidad de ocupar un cargo durante mucho tiempo.

Y como Coca Cola de Colombia sabe que toda economía fuerte que se respete debe estar debidamente sustentada en el ahorro, desde septiembre del 2003 viene cerrando varias de sus embotelladoras. Lo que al fin y al cabo ha sido positivo para los más de 500 trabajadores, a quienes se les ha obligado a retirarse forzosamente. Así es como Coca Cola agradece a sus empleados tantos años de esmero y dedicación.

Por supuesto, para alcanzar la prosperidad también se deben vencer, a como de lugar, los obstáculos de todo tipo. En el caso particular de Coca Cola no quedó más alternativa que crear una estrategia para defenderse de ese peligro que representan esos empleados mal agradecidos que crean organizaciones para opacar el prestigio de tan magnifica empresa, peor conocidas como sindicatos. Para la muestra, un botón: la mayoría de los trabajadores de Coca Cola en Colombia, desde hace tiempo, se encuentran afiliados a SINALTRAINAL (Sindicato Nacional de Trabajadores de la Industria de Alimentos). Se oponen a lo que ellos llaman “despidos masivos” (que, por cierto, ya explicamos, no son más que retiros forzosos), por lo que consideran salarios injustos (porque se le baja un poquito al pago ya se quejan, ¿qué más se puede hacer cuando sólo se cuenta con un modesto presupuesto de 300 millones de dólares?) y porque supuestamente las políticas de la empresa están atentando contra la asociación sindical al prescindir de tantos trabajadores.

Y como los señores trabajadores sindicalizados no entienden por las buenas que todas estas cosas las hace la empresa por su propio bien, no hay otra opción que afrontar el asunto con mano dura. Lo que no tiene nada de malo, porque hasta conexiones con la subversión tendrán, tal y como lo afirmó el respetable señor José Gabriel Castro, gerente de Coca Cola Colombia en 1992, cuando acusó públicamente a los trabajadores y al sindicato de ser agentes de la guerrilla. En este sentido, las fuerzas militares de Colombia y autodefensas, que afortunadamente están en punto de convertirse en organización legal, han cumplido una excelente labor desde hace tiempo. Basta recordar triunfos militares-empresariales, tan exitosos como el allanamiento a la sede de la Cooperativa de Trabajadores de Coca Cola el 30 de septiembre de 1996, llevado a cabo por miembros del Bloque de Búsqueda de la Policía Nacional, o aquel 9 de diciembre de 1996, cuando miembros de las autodefensas (y luego dicen que Coca Cola no genera empleo) entraron a la planta de Coca Cola en Carepa (Antioquia) para reunir a los trabajadores afiliados a SINALTRAINAL y obligarlos a “renunciar forzosamente”.

Según SINALTRAINAL, nueve trabajadores y sindicalistas de las plantas de Coca Cola han sido asesinados, 38 desplazados de sus casas y ciudades, y 67 adémas han recibido amenazas de muerte. Hechos así son los que hacen que esta empresa tenga tanta confianza en Colombia. “De verdad”...

La Occidental Petroleum Company y su compromiso con Colombia: Contamos con el privilegio de la presencia de esta empresa estadounidense desde 1983, conocida como OXY, cuando nos ayudó a encontrar (disculpando el provincianismo de los trabajadores de la industria del petróleo en Colombia) el yacimiento petrolífero de Caño Limón, ubicado en el departamento de Arauca. En ese entonces, estableció un contrato por asociación con la empresa estatal ECOPETROL (Empresa Colombiana de Petróleos). Dicho contrato estipulaba que a cada parte le correspondería el 50 por ciento de las ganancias (afortunadamente, gracias a las amables gestiones del presidente Uribe en la actualidad, con la liquidación de ECOPETROL, la OXY y otras empresas petroleras extranjeras podrán tener el 100 por ciento de la producción, a cambio de una pequeña cuota por concepto de regalías, en agradecimiento por invertir en el país, seguro). El yacimiento de Caño Limón es toda una mina de oro. De él es posible extraer 200.000 barriles de petróleo al día (ya me imagino que ustedes, apreciados lectores, imaginarán a cuánto equivale esto en dólares). De esta manera, desde 1985 la Oxy empezó a trabajar en Colombia, saciando un poco la inacabable sed de los grandes accionistas estadounidenses de la industria del petróleo, quienes continuamente enseñan a los empresarios nacionales que la ambición no es un defecto, sino una virtud que, por cierto, no conoce límites.

Fue justo la ambición lo que movió a la Oxy a construir ese megaproyecto que es el oleoducto, terminado en 1986, que va desde Caño Limón (en pleno corazón de los llanos orientales) hasta Coveñas (en la costa caribe colombiana), y por donde el petróleo atraviesa bosques y montañas de todo el país hasta llegar a los buque-tanques que lo transportan directamente a los Estados Unidos. ¡Eso sí es progreso de verdad! Pero para las organizaciones ambientalistas eso implicó destrucción del medio ambiente (PDF). Tal parece que estos hippies no tienen nada mejor que hacer.

Sin duda alguna, lo más admirable de esta empresa es su coraje para sortear las dificultades y para enfrentar a sus enemigos: la guerrilla, las ongs (básicamente las ambientalistas), las comunidades indígenas (especialmente la comunidad U’wa) y la misma plaga que amenaza a Coca Cola y a otras empresas de intachable reputación: por supuesto, los trabajadores organizados. Estos están asociados al principal sindicato que agrupa a los trabajadores de la industria del petróleo en Colombia: la USO (Unión Sindical Obrera de la Industria del Petróleo). Y pelean por las mismas razones que pelean los de Coca Cola… por los salarios injustos, por la eliminación de los contratos temporales, por el rechazo a las políticas propias de la empresa privada. ¡Ya hasta monotemáticos se vuelven!

Y es la ambición lo que no deja a la OXY amilanarse frente a las acusaciones de las organizaciones que trabajan activamente con la comunidad indígena U´wa, en el sentido de que, según su muy peculiar modo de ver el mundo, las labores de extracción de la empresa, se ha venido haciendo, desde sus inicios, en territorio indígena sagrado y que, en ese sentido, se constituyen en un atropello contra la cultura y la autonomía de la comunidad (las vergüenzas que nos hace pasar con los ciudadanos del Primer Mundo esta gentecita subdesarrollada). De hecho, el vicepresidente de la OXY, Lawrence Meriage, ha respondido contundentemente a estas acusaciones. Según él, estas organizaciones “No tienen ningún interés en Colombia ni en los u’wa. Necesitan un tema para recolectar fondos”. Así lo afirmó en una entrevista publicada en El Tiempo el 15 de febrero del 2000.

Por supuesto, estas organizaciones, no son como la OXY, que tiene tanto interés en el país, que ha contribuido en el aumento de pie de fuerza en diferentes territorios. No hay empresa que le haya dado más impulso al Plan Colombia que la OXY. De hecho, en la mencionada entrevista, Meriage dijo que la única crítica que tenía a las operaciones militares en Colombia es que deberían ser “más balanceadas”. Es decir, que no sólo deberían abarcar el Putumayo, sino también Arauca, Norte de Santander y, de paso, la frontera con Ecuador. Es decir, las zonas donde la Oxy venía adelantando operaciones y que estaban siendo ocupadas por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejercito de Liberación Nacional (ELN), que estaba atacando tanto el yacimiento como el oleoducto, atentando así contra el desarrollo económico del país.

Tiempo después, las oraciones del señor Meriage y su continuo lobby en el congreso estadounidense tendrían resultado: de los recursos del Plan Colombia, aprobados en el 2003, 99 millones de dólares se invertirían en la protección del oleoducto Caño Limón-Coveñas. Un aparato de protección sumamente modesto que consistía solamente en 10 helicópteros, formación en inteligencia para la XVIII Brigada del Ejército que opera en la zona, la creación de la Brigada Móvil Número 5 (asignada exclusivamente a la protección del oleoducto) y unidades adicionales tanto fluviales como de policía. Además, en enero de 2003, 60 miembros de las Fuerzas Especiales estadounidenses llegaron a Arauca. Eso sin contar a los “contratistas” de las empresas militares privadas, que han llegado a volverse imprescindibles en estas lidies de la defensa.

En cuanto a los ambientalistas, los sindicalistas, los trabajadores de derechos humanos y los indiecitos estos Uvos, Uvas, o como se llamen, no habría mucho por qué preocuparse. En tales casos, la OXY no ha tenido problema en meterse la mano al bolsillo y sacar unos cuantos dólares de su módico presupuesto para que los heroicos representantes armados del latifundio le hagan un favor a la humanidad y quiten a esta gente odiosa del camino, cada vez más corto, hacia el progreso de nuestro país.

Es por todo esto que la Occidental Petroleum Company también confía en Colombia.

A manera de excusa…

Podría no parar de escribir sobre las virtudes de todas las empresas multinacionales que han creído, ciegamente, en el empuje de nuestro pueblo trabajador; en las infinitas posibilidades de explotación que ofrecen nuestros recursos naturales; en la calurosidad y carisma de nuestra gente (cualidades que curiosamente se hacen más notorias cuando llegan ciudadanos estadounidenses o europeos a nuestro territorio); en los esfuerzos del actual gobierno por hacer de este un país más seguro (para la inversión extranjera).

Así es. Desgraciadamente, por falta de espacio, no podría explayarme hablando de empresas como Nestlé, Drummond, Monsanto, BP y Repsol, entre muchas otras (más de 500, posiblemente). Pero igual, no importa. En este caso no se podría pensar en aquel juego infantil donde una de las cosas no es como las otras, sino que es diferente de todas las demás. No. Aquí todas las cosas son como las otras. Es decir, todas estas multinacionales tienen básicamente el mismo modus operandi, basado en la honestidad, la paz, el respeto y apoyado por las fuerzas del orden, tal y como lo describí cuando me refería a OXY y a Coca Cola.

Es que así, definitivamente es muy fácil confiar en Colombia… ¿O no, Mr. Jeb?

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