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Hasta Siempre Sally Grace: Otro activista estadounidense asesinado en Oaxaca

El cuerpo estuvo encontrando en una cabaña a veinte minutos de San José del Pacífico


Por Kristin Bricker
En la Narcoesfera

27 de septiembre 2008

Cuando me acuerdo de Sally Grace, ella aparece en mi memoria exactamente como se ve en la fotografía que sus amigos publicaron junto con el comunicado en el que se denunciaba que había sido violada y asesinada: riéndose con una cámara en la mano.

Sally me dijo que era una especie de vagabunda cuyos lazos más fuertes estaban en Arizona. Cuando llegó a Oaxaca en el verano del 2007 para ayudar a organizaciones locales en la lucha popular en contra del gobernador Ulises Ruiz Ortiz, publico sus fotos, actualizaciones y traducciones del Consejo Indígena Popular de Oaxaca, Ricardo Flores Magón (CIPO-RFM) y la APPO en Indymedia de Arizona. Cuando regresó a Arizona en marzo, organizó eventos para recaudar fondos así como reportajes en donde mostraba fotos y videos de las calles de Oaxaca y vendía artesanías tejidas por las mujeres del CIPO.

Los amigos de Sally en el CIPO-RFM, Encuentro de Mujeres Oaxaqueñas “Compartiendo Voces de Esperanza”, Colectivo Mujer Nueva, Voces Oaxaqueñas Construyendo Autonomía y Libertad, Colectivo Tod@s Somos Pres@s y Encuentro de Jóvenes en el Movimiento Social Oaxaqueño dicen que ella ayudaba en donde hiciera falta, ya fuera pintando lonas o murales, bailando danzas árabes, organizando conciertos de punk para recaudar fondos para las organizaciones que apoyaba, dando clases de defensa personal a mujeres o traduciendo y enseñando inglés. También fungió como observadora internacional de los derechos humanos y acompañaba a activistas que se sentían amenazados por el gobierno o los paramilitares en Oaxaca.

Recientemente, Sally acompañó a familiares de un testigo en el caso del asesinato del periodista de Indymedia, Brad Will. Ella vivía en su casa y los acompañaba en sus actividades cotidianas. Sin embargo, un miembro de la familia pensaba que la situación también ponía en riesgo la vida de Sally. Por ejemplo, las personas misteriosas que seguían a la familia, nunca los dejaban en paz, incluso si Sally iba con ellos. Así que la mujer animó a Sally a irse con unos amigos que no estaban involucrados en el movimiento.

Sally y yo nos conocimos en Oaxaca en las protestas y conmemoraciones con motivo del aniversario del asesinato de Brad Will en noviembre del 2007. Nos levantamos temprano el día de la reunión cuyo objetivo era reestablecer las barricadas en el lugar en donde los agentes gubernamentales le dispararon a Brad. Alguien fue a inspeccionar el lugar de reunión y regresó pálido. “Ahí está la policía. Están enmascarados y están agarrando a todos los que llegan. No podemos ir”. Entonces nos quedamos escondidos en donde estábamos: Sally y yo platicamos sobre quiénes éramos y a qué nos dedicábamos. Ella habló sobre el vecindario donde vivía y dijo que era peligroso porque se estaba juntando con miembros del PRI, quienes apoyaban al repudiado gobernador Ulises Ruiz Ortiz.

Unas horas después, Sally se fue con otros compañeros y compañeras para participar en una gran marcha convocada por el sindicato de maestros de la Sección 22 y otros miembros de la APPO. Así como tomar fotos de la misma. Yo no fui con ellos argumentando que tenía trabajo que hacer “detrás de cámaras”. Sally regresó unas horas después y se puso a subir las fotos que tomó en la marcha en Indymedia Arizona y su álbum Flickr. Trabajó en ello toda la noche mientras que el resto de nosotros dormíamos.

Nos quedamos ahí donde estábamos unos días. Cuando un amigo y yo decidimos que la situación en las calles ya se había calmado lo suficiente, decidimos aventurarnos al exterior para hacer un par de compras en el centro y encontrar un nuevo lugar para quedarnos. Sabiendo que los tatuajes, la ropa obscura y cualquier otra cosa “sospechosa” serían suficientes para agarrarnos, tomamos prestada una ropa ligera que cubriera nuestros tatuajes y le dijimos adiós a Sally y al resto de nuestros compañeros. Luego, mi amigo y yo caminamos por las calles por primera vez en varios días.

Cuando llegamos al centro, nos dirigimos al Mercado. No sé exactamente en qué momento empezó a seguirnos una camioneta llena de policías municipales, pero enseguida mostraron su presencia. Dos policías saltaron de la parte de atrás de la camioneta y, comunicándose con silbatos y señales, corrieron hacia nosotros. Uno de ellos se puso enfrente de nosotros y, sin decir nada, nos apuntó con su arma automática.

Tomé la mano de mi compañero y, a pesar de que no hablaba nada de inglés, le empecé a hablar en ese idioma: “What’s going on? What do they want?” (¿Qué está pasando? ¿Qué quieren?).

“Tranquila, tranquila,” respondió. Mantén la calma. Están viendo si te asustan.
El policía mantuvo su arma a la altura de nuestras cabezas, apuntándola primero hacia la cara de mi amigo y luego hacia la mía. “¿Qué está pasando?”, pregunté en inglés.

Los colegas del policía le silbaron y el les respondió. Después, bajó su arma y corrió, desapareciendo en una esquina. La camioneta llena de policías también desapareció. Nosotros seguimos hacia el mercado como si nada hubiera pasado.

Yo sabía que ser reportera en México tenía sus riesgos. México es, después de todo, el país más peligroso en el hemisferio para un reportero y el segundo más peligroso en el mundo después de Irak.

Este punto fue ampliamente demostrado cuando trabajé en Sonora a finales de octubre del 2006. Estaba cubriendo la celebración del día de los muertos con el Subcomandante Marcos cuando varios celulares empezaron a sonar. Quienes contestamos recibimos la mala noticia: habían asesinado a un reportero gringo de Indymedia en Oaxaca. Su hombre era Brad Will.

El cuerpo violado y en proceso de descomposición de Sally apareció en una cabaña a 20 minutos de San José del Pacífico. Uno de los vecinos se dio cuenta del olor y llamó a la policía.

Según la amiga que identificó el cuerpo, la cara de Sally era irreconocible: estaba negra como si la hubieran quemado y todo su cabello había desaparecido como si se lo hubieran arrancado. Pero Julieta Cruz reconoció los tatuajes de Sally.

El asesinato de Sally podría haber sido otro caso más de violencia sexual y no estar relacionado con su trabajo político con algunas de las organizaciones más perseguidas en Oaxaca. Sin embargo, los amigos de Sally en Oaxaca saben que alguien la había estado siguiendo como resultado de su trabajo con los derechos humanos y sus lazos con el CIPO y otras organizaciones oaxaqueñas que viven la violencia política de manera cotidiana.

Si bien los amigos de Sally no pueden decir con seguridad que su asesinato fue por motivos políticos, están seguros que el gobierno no está haciendo lo suficiente para esclarecer el caso. La policía y la procuraduría general están actuando muy lentamente y no están entrevistando a los testigos claves que vieron a Sally antes de que fuera asesinada y que probablemente pueden identificar con quién estaba. Las organizaciones que conocían a Sally protestaron en contra de esta falta de acción el 25 de septiembre, primero frente al consulado de los EU en Oaxaca y luego en la Procuraduría General. Un portavoz del CIPO dice que el CIPO simplemente no tiene los recursos para investigar el caso y el gobierno no quiere compartir la información con personas que no sean familiares de Sally. Por esta razón, tiene que presionar al gobierno para que haga su trabajo e investigue el asesinato de Sally Grace.

Sally no era una figura central en el activismo oaxaqueño; no era una organizadora. Al contrario, hacía lo único que podía hacer cualquier activista extranjero: ayudaba en lo que se necesitara. Mediante sus traducciones y reportajes, mantenía abiertas las líneas de comunicación entre los EU y Oaxaca. Mucho después de que la atención internacional se fuera de Oaxaca, Sally se quedó y acompañó a los activistas cuya seguridad dejó de importarle a la comunidad internacional. No los protegía ni se involucraba: simplemente observaba y escuchaba.

¿Entonces porqué alguien se tomaría la molestia de seguir y asesinar brutalmetne a alguien como Sally?

Mi amiga la hermana Dianna Ortiz fue desaparecida y torturada en Guatemala en 1989. La hermana Dianna enseñaba español a niños indígenas, lo que no constituía una empresa revolucionaria ni insurgente. Había estado poco tiempo en Guatemala antes de que desapareciera. Pero la escogieron a ella.

Años después, en sus memorias, la hermana Diana señala que la tortura y la violencia política no están dirigidas únicamente a los individuos que sufren físicamente un acto violento. La tortura y la violencia política están dirigidas a toda la población, para aterrorizarla. Cuando los atacantes agarraron a la hermana Dianna (quien probablemente era una de las personas menos importantes y poderosas en su misión y que no tenía ninguna conexión con la resistencia) enviaron un mensaje a todos: nadie está a salvo.

Si hubieran agarrado a un sacerdote, un arzobispo, un líder social o un insurgente, todos hubieran podido explicarlo: “Bueno, era un insurgente, y ella era una líder. Yo no soy ninguno. Estoy a salvo”.

Pero cuando agarran a alguien que opera en la periferia, como la hermana Dianna o Sally, logran aterrorizar a todos: extranjeros, locales, líderes, vecinos, activistas, punks, reporteros, mujeres… Nadie está a salvo.

Brad Will murió como un mártir. Murió haciendo su trabajo. Murió durante un levantamiento. Filmó su propio asesinato. Murió rodeado de compañeros y testigos. A pesar de esto y de otra evidencia, el gobierno mexicano todavía trata de explicar su asesinato. Como si utilizar su asesinato como justificación para realizar una invasión policíaca violenta en la ciudad de Oaxaca no fuera suficiente, el día en que apareció el cuerpo de Sally el gobierno anunció que una vez más va a girar órdenes de arresto en contra de los miembros de la APPO y a sus colaboradores con respecto al asesinato de Brad Will.

Sally, por otra parte, murió de la peor manera: asustada, atormentada y sola. No hay evidencia fotográfica ni en video. No hubo un levantamiento como motivación para su asesinato. Al contrario, su asesinato deja abierta la pregunta de si fue políticamente motivado o si fue un acto de violencia sexual al azar. Esto pudo haber sido intencional para obscurecer los objetivos reales de su(s) atacante(s).

Poco después de haber publicado mi artículo en donde expongo la identidad de los contratistas privados que lideraron los entrenamientos de tortura para los policías en León, Guanajuato, me empezaron a seguir. Me pasó dos veces: la primera iba con un amigo y la persona se fue en su coche después de un par de cuadras.

La segunda vez estaba sola. Una camioneta gris comenzó a seguirme muy despacio. Me paré y le pregunté qué quería. No respondió. Solo se me quedó viendo. Seguí caminando.

Después de un rato, me pare por segunda vez. ¿Qué quiere?, grité en español. Bajó un poco su ventana. ¡“Dígame qué es lo que quiere o déjeme en paz”!. Se me quedó viendo. “¿QUÉ QUIERE?” Se me quedó viendo.

Me fui y él continuó siguiéndome. Pedí ayuda. Un amigo salió a la calle. La camioneta gris se fue.

Nunca lo denuncié porque aún no sé cuál era la razón que estaba detrás del asunto: si era político o se trataba de un pervertido. Eso es lo que pasa cuando una es una mujer y una activista social. Sufrimos la violencia como activistas y como mujeres. La violencia casi siempre está relacionada. Sin embargo, la violencia política puede ser utilizada para encubrir la violencia sexual y la violencia sexual puede ser utilizada para encubrir la violencia política.


traduc – Aimee

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