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Contando la verdad sobre la “Guerra contra las drogas”

Reflexiones sobre la carta abierta de El Diario de Juárez a los narcotraficantes


Por Al Giordano
Director General, Narco News

23 de septiembre 2010

Al no ser narcotraficante, la reciente carta abierta de El Diario de Juárez no estaba dirigida a mí. Aún así, como colega del periodismo que ha reportado por largo tiempo sobre la guerra contra las drogas, me gustaría ofrecer algunas reflexiones, tanto para los editores que la escribieron, como para el resto de nuestros colegas en las profesiones de los medios de comunciación y especialmente para el público en general.

El día de hoy Narco News tradujo al inglés la carta abierta de El Diario, titulada, “¿Qué quieren de nosotros?” y que está dirigida a los “Señores de las diferentes organizaciones que se disputan la plaza de Ciudad Juárez.” La carta proviene de un periódico que ya ha perdido dos reporteros asesinados y que vive bajo miedo día y noche. Las primeras reacciones humanas a tal situación son la compasión y la empatía. Pero en este caso, como con la mayoría de las tragedias, la comprensión no es suficiente.

El periódico escribe:

“Ustedes son, en estos momentos, las autoridades de facto en esta ciudad, porque los mandos instituidos legalmente no han podido hacer nada para impedir que nuestros compañeros sigan cayendo, a pesar de que reiteradamente se los hemos exigido.”


Press conference in El Paso for exiled Mexican reporters: From left to right: Emilio Gutierrez Soto, formerly with El Diario del Noroeste, Ricardo Chavez Aldana, formerly with Radio Cañon in Juárez, Alejandro Hernandez Pacheco, Televisa—Torreon, Carlos Spector, immigration attorney in El Paso, and Fernando Garcia, Executive Director, Border Network for Human Rights, El Paso. On screen: Luis Horacio Najera via skype from Vancouver, formerly with Grupo Reforma.
Photo: D.R. 2010 Molly Molloy
Esto es interesante porque la mayor parte del mundo de los intereses de los negocios legales del sector privado, particularmente los medios corporativos, se han convertido en un tipo de “autoridad de facto” sobre la opinión pública y en todos los niveles de gobierno. Visto desde esta perspectiva, uno tiene que reconocer que nosotros en los medios no somos de pronto víctimas pasivas en la guerra contra las drogas que por mucho tiempo la han financiado ideológicamente mediante el “reporteo” de muchos de nuestros colegas.

Ese párrafo de la carta abierta sólo puede enrarecer aún más la disfunción y el riesgo de la violencia a través del reconocimiento implícito de los “mandos instituidos”, refiriéndose al gobierno y a sus fuerzas policiales y militares, como de alguna forma más legítimos que aquellos del crimen organizado y el narcotráfico.

Como hemos reportado en Narco News por más de una década, los gobiernos y sus políticas de prohibición de las drogas no tienen por objeto eliminar el uso ilegal o el comercio de las drogas, porque los funcionarios gubernamentales—incluyendo a los políticos, los bancos y otros intereses empresariales que los financian—están obteniendo ganancias de la guerra contra las drogas tanto como los llamados (y mal llamados) líderes de los “cárteles.”

Lo diremos una vez más: las organizaciones narcotraficantes no son cárteles. En este periódico tratamos de no usar dicho término y aquí esta el por qué:

Aquí hay un ejemplo de un cártel: OPEP—la Organización de Países Exportadores de Petróleo. Esta controla el suministro de un producto—petróleo—y por tanto puede establecer el precio del mismo. Los narcotraficantes—incluso los más poderosos—nunca han podido disfrutar de ese tipo de control sobre el suministro y el precio de la cocaína, marijuana o cualquier otro producto. Las acciones del gobierno son las que determinan más el precio: Una aplicación más dura de la ley tiende a elevar el precio en las calles de un producto prohibido, y una menor aplicación tiende a bajar su precio. Es economía básica.

Mientras más alto sea el precio, habrá más ganacias, y entre más alto sea el precio habrá más competidores tratando de hacer negocio con ese producto. Esos negocios competidores—legales o ilegales, eso es lo que son, negocios—tienen que establecer y proteger su terreno en un mercado no regulado. Si hay una aplicación más dura de la ley habrá una mayor necesidad de las organizaciones narcotraficantes por armarse con armas aún más letales; pero eso en realidad no es problema, porque si hay una mayor aplicación de la ley habrá mayores ganancias (a través del incremento artificial en el precio de las drogas), así que el comprar y crear arsenales enteros simplemente se convierte en un porcentaje del costo de hacer negocios.

La “guerra contra las drogas” del presidente mexicano Felipe Calderón puede ser el ejemplo más obvio de como el gobierno, y funcionarios policiales y militares, ellos mismos involucrados con el tráfico ilegal de drogas, usan las leyes antidrogas como pretexto para eliminar la competencia en mercados abiertos y en las rutas comerciales de sus propias organizaciones narcotraficantes protegidas: aquellas que ofrecen a las autoridades y a sus narcobanqueros preferidos una mayor parte de las ganancias.

Y la mayor parte de las ganancias provienen no de la venta de la droga sino del lavado de los miles de millones de dólares en ingresos por los bancos y otras instituciones financieras que convierten al dinero sucio en capital legal. Eso significa que los verdaderos señores del narcotráfico no son aquellos peleando entre sí en la guerra en las calles o en contra de policías y militares. No son los tipos con elegantes apodos como “El Señor de los Cielos” o el detenido recientemente “La Barbie”. Los verdaderos jefes del tráfico ilegal de drogas usan traje y corbata, dan grandes donaciones a todos los partidos políticos y sus candidatos, y reciben invitaciones a cenas de estado de parte de Los Pinos o la Casa Blanca.

Ellos son los verdaderos narcojefes en la punta de esta violenta cadena alimenticia (y cuando en el 2000 este periódico y el diario mexicano Por Esto! reportaron las fotos y los testimonios de los testigos sobre uno de ellos, nos vimos rápidamente demandados por difamación por el Banco Nacional de México, o BANAMEX; así que sabemos por gran experiencia lo que los colegas de El Diario y otros están pasando.)

“Sigue al dinero” es frecuentemente citado como el primer axioma del periodismo, una frase hecha famosa en la película de Hollywood sobre el escándalo de Watergate y los dos reporteros del Washington Post que lo revelaron. Bueno, si los periodistas tomaron esas palabras como algo más que un eslogan barato, la cobertura diaria de la guerra contra las drogas sería sobre bancos y políticos y grandes movimientos de dinero en Wall Street en lugar de la “cobertura” circense de los llamados “cárteles” y sus supuestos líderes, las detenciones, aseguramientos de kilos de droga y violencia en las calles, la mayoría de la cual involucra solamente tomar dictado de los fiscales y funcionarios gubernamentales, de sus comunicados de prensa y de “filtraciones” anónimas.

Piensen en esto: las organizaciones más poderosas de tráfico de drogas—gobiernos—han establecido el tono, el lenguaje, las sensacionalistas palabras de moda y las matrices por las que la mayor parte de la prensa cubre la “guerra contra las drogas.” Si eres el dealer de la cuadra o el líder de una de las organizaciones narcotraficantes contendientes, los titulares en la mayor parte de los medios probablemente te molestan todos los días. La hipocresía es tan grande como para enfurecer, incluso si no está involucrado con el negocio de la droga pero simplemente odia cuando mentiras tan grandes son repetidas una y otra vez, y cada vez más fuerte en cada transmisión, y especialmente cuando causan mucho dolor humano, miseria, muerte y destrucción.

Mientras algunos periodistas honestos han sido asesinados o viven bajo una constante amenaza por su forma de reportar la guerra contra las drogas, vamos a indicar el pequeño secreto sucio de las organizaciones de la “libertad de prensa” oficial que participan en esta farsa al tiempo que alimentan la falsa narrativa de la guerra contra las drogas: También es el caso que muchos de los “periodistas” asesinados perdieron sus vidas porque los líderes de una organización narcotraficante percibieron—muchas veces con precisión—que el periodista o el medio de comunicación había elegido un bando y hacía el trabajo de propaganda para la organización narcotraficante contraria. Muchos medios de comunicación que aceptan la “información oficial” de las agencias gubernamentales sobre los “cárteles” de la droga y sus líderes, a los ojos de aquellos hombres de negocios ilícitos, dejan de ser civiles y se convierten en soldados en la guerra contra las drogas al igual que tipos en la calle con AK-47.

La peligrosa situación para reporteros honestos y deshonestos, editores y organizaciones de medios de comunicación por igual se ve agravada por otro sucio asunto: No es raro—de hecho es el procedimiento estándar—para los “reporteros” y sus editores aceptar pagos y sobornos de organizaciones criminales y de funcionarios de gobierno para hacer que sus historias salgan de la manera en que sus patrocinadores secretos quieren. Una vez más, estos “periodistas” corruptos no son más civiles que el funcionario policial o militar que acepta pagos para aplicar la ley en contra de un grupo de personas con el fin de ayudar a la organización criminal contraria. Y muchos de los “periodistas asesinados” en la guerra contra las drogas en México, en Colombia y en otras partes, perdieron su vida precisamente porque habían dejado de ser periodistas para convertirse en parte y soldados de la competencia de intereses del narcotráfico.

Aún cuando no se haya hecho un pago económico directo, todo periodista sabe que los documentos y otro tipo de información son la moneda de cambio en la que podemos subir y bajar en esta profesión. Por mucho tiempo los funcionarios de gobierno se han adueñado y han controlado la forma de reportar de muchos periodistas al darles los documentos que contarán una historia como ellos quieren que sea.

Un ejemplo de ello: En la década de los ‘90, cuando la oficina del presidente mexicano Ernesto Zedillo quería eliminar algunos políticos de su mismo partido, el PRI (Partido Revolucionario Institucional), le dio una serie de documentos al entonces reportero del New York Times, Sam Dillon—de acuerdo con información del columnista Carlos Ramírez—que entonces fueron convertidos en “reportajes de investigación” en el Times y presentados por el periódico para ser nominados al premio de Pulitzer en periodismo. Los reportajes etiquetaban a los políticos contrarios como narcos, obviamente.

Los documentos entregados al Times—no creemos que hubo mucha “investigación”; sino que lo vemos más como un caso de recibir documentos y teclearlos en el Times—contaron parte de una historia verdadera sobre un político corrupto—el entonces gobernador del estado de Morelos—mientras fabricaba una historia completamente falsa sobre el otro, Manlio Fabio Beltrones, hoy un posible candidato presidencial para las elecciones de 2012, y que evidentemente ha erosionado la campaña publirelacionista. Luego de que el New York Times jugara el rol del espectacular sicario de Zedillo, Beltrones se defendió legalmente, envió los hechos documentados que mostraron la difamación hecha en la historia de Dillon, y el Times presentó una corrección sin precedentes de su propia historia ganadora del Pulitzer. (Por su parte, el comité del Pulitzer no tiene un proceso para retirar el premio una vez dado, así que Dillon puede alardear a cualquiera que tenga la mala fortuna de sentarse a su lado en un avión sobre un premio que aquellos pocos que ponen atención a estas cosas lo miran como algo profundamente manchado.)

Pero realmente ¿cuál es la diferencia entre un periodista que publica “noticias” falsificadas de fuentes oficiales con la intención de atacar a los intereses de la competencia a cambio de la “primícia”, posibles premios y promoción profesional y alguien que acepta un soborno? El periodismo oficial y corporativo del siglo XXI se ha convertido en una forma de crimen organizado. ¿No podría decirse que las grandes compañias de medios de comunicación son más “cárteles noticiosos” que cualquier otra organización criminal sería el cártel de cualquier cosa? Y para aquellos que una y otra vez están recibiendo estos accesos a la información, no sólo es indignante, pero comprensiblemente difícil ver a los periodistas como otra cosa que objetivos militares legítimos. No estoy defendiendo estos actos—no creo en la pena de muerte por ningún delito—pero tampoco, como periodista auténtico, voy a seguir con la falsa narrativa que todos los periodistas que han sido asesinados en México o en cualquier otra parte han sido asesinados por haber dicho la verdad.

Incluso existe un término comúnmente utilizado en la calle para el soborno que un periodista recibe de un funcionario de gobierno o interés comercial: El Chayote. Y los corruptos reporteros que reciben estos sobornos son conocidos como chayoteros. Como los dólares estadunidenses, los chayotes son verdes y espinosos.

En los primeros años de Narco News, probablemente no sorprendería a nadie escuchar que muchas veces se acercaron personas que creímos eran intermediarios de diferentes organizaciones narcotraficantes, para ofrecernos regalos caros de anuncios en nuestras páginas para legítimas compañias no identificadas. “No aceptamos publicidad”, contesté.

“¿Pero no quieren dinero?” era la típica respuesta. “¿No lo podrían usar para promover su causa?”

“Claro, pero no ese tipo de dinero, porque viene con compromisos.”

Normalmente daría lo que yo llamo “el discurso de El Padrino” a estos presuntos intermediarios. Decía así: “Dile a tu jefe que apreciamos su respeto y no queremos parecer irrespetuosos al no aceptar la oferta. Claro que hemos escuchado de las historia de ‘plata o plomo’ en donde a los periodistas o funcionarios públicos primero se les ofrece dinero y luego se les amenaza con balas si no hacen lo que se les pidió. Si este es el caso, envíe alguien para matarme de una vez, porque nunca vamos aceptar publicidad u otro tipo de dinero con el fin de influenciar nuestra cobertura. Pero por favor también dígale a su jefe que pensamos que sería un error matarnos porque ahora sabe que tampoco lo haremos para el contrario. Nosotros somos los que dicen toda la verdad sobre la participación del gobierno en el comercio de drogas y nuestra política editorial favorece la legalización, para que sus hijos y nietos puedan llegar a ser diputados, jueces o incluso presidentes: al igual que los Rockefeller y los Kennedy cuyos antepasados hicieron sus fortunas como traficantes de alcohol.”

Estas palabras debieron haberles llegado rápidamente a los círculos narcotraficantes y por muchos años no ha habido intentos de sobornarnos o amenazarnos desde esas esquinas. Por más de siete años, ni un intento. Las amenazas reales siempre han llegado del tipo de banqueros que derrotamos en la Suprema Corte de Nueva York en 2001, y de funcionarios de gobierno.

Y de nuevo, no estamos ahí afuera vendiendo la versión oficial de la “guerra contra las drogas.” Y no estamos reconociendo a las autoridades legales como algo “legítimo”, ni tampoco permitiendo que nuestras páginas sean utilizadas para promover sus diarios relatos sobre el último “cártel” o “capo” (que, en nuestros diez años de reportar intensivamente sobre la guerra contra las drogas en México, Colombia y en otras partes, han cambiado de nombres y caras tantas veces que ya sabemos que el “capo” de este año dado a la prensa por las “autoridades” es el prisionero, muerto o desaparecido del próximo año, solamente para ser rápidamente sustituído por el siguiente, y así sucesivamente). Las únicas organizaciones del narcotráfico que han sobrevivido estos diez años han sido los gobiernos; los “cárteles de droga” permanentes.

Los periodistas que reportan sobre la “guerra contra las drogas” pueden ver claramente de que se trata este juego: Aumentar el precio de las drogas para crear mayores ganancias, e instalar organizaciones criminales favorecidas para controlarlo mientras se elimina a los competidores. Y tiene la ventaja adicional de crear miedo, porque un público que siente temor es más fácil de controlar.

El comercio de las drogas es un negocio, y el hecho que sea ilegal no hace que sus dinámicas subyacentes difieran mucho de los negocios de los periódicos, de la televisión, de las estaciones de radio y del resto del sector privado. Si un reportero o medio de comunicación eligiera injustamente tomar bando por una corporación en contra de la otra, las compañias legales siempre tienen el recurso de llevarlo a los tribunales. Pero ¿qué recurso tiene un negocio prohibido para corregir los agravios más que con la violencia?

La violencia de la guerra contra las drogas en México está tan fuera de control y es tan disfuncional que algunos reporteros honestos continuarán quedando en medio del fuego cruzado y pagarán el precio más alto. Ese podrías ser tú, o yo, o quien sea. Pero son los reporteros deshonestos y los medios de comunicación, o los estúpidos desafortunados, que en realidad nos ponen a todos nosotros periodistas en mayor riesgo. Ellos han provocado la falta de respeto generalizado que existe hacia nuestra profesión.

En ese sentido, los líderes de las organizaciones narcotraficantes en realidad no ven las cosas muy distintas al resto de los hombres y mujeres en las calles. No tienen que amarlos o aprobar sus métodos o productos para poder entrar en sus cabezas y poner atención a las cosas de la forma en que ellos lo ven. Cuando ven a un periodista haciendo el trabajo para sus competidores, frecuentemente basados en “información” y filtraciones dadas por funcionarios de gobierno que están protegiendo a sus competidores y poniendo su negocio y vidas en peligro, ¿cuántas veces puede ocurrir eso antes de que alguien en esa posición comience a ver a los “periodistas” como soldados del ejército enemigo?

Esa, en nuestra estudiada opinión, es la raíz de la creciente amenaza a periodistas en México, en un clima ya enrarecido por un estado fallido e ilegítimo que siempre ha sido hostil a la libertad de prensa. Como periodista, nunca llamaría a la policía o le pediría protección al gobierno. El hacerlo sería darles la legitimidad que no tienen ni merecen. Y con todo respeto a los colegas de El Diario, su carta abierta en varios puntos se lee como un llamamiento al gobierno para obtener ayuda. Eso es como pedirle protección a un grupo mafioso en contra de otro. Y sólo hace más probable que las fuerzas de la competencia los vean como alguien no neutral en la guerra.

En Narco News tampoco somos neutrales, pero somos parte en una forma muy distinta, y siempre lo hemos revelado: Nuestra posición editorial, declarada desde el primer día, se opone a la guerra contra las drogas y a sus fundamentos de prohibición de las drogas. Esa no es exactamente una posición segura, pero al menos si llega al punto de que uno de nosotros o más mueran por hacer nuestro trabajo, habremos caído orgullosamente en una lucha digna, y no por la pendejada de buscar fama y fortuna al hacer disparos de “información” a un grupo de criminales de parte de otro, y ciertamente no al servicio del más grande, y en realidad único, cártel de las drogas que existe: los gobiernos que propagan la violencia a través de una política llamada prohibición.

Y cordialmente invitamos a todos nuestros colegas en los medias a que comiencen a ver el problema por lo que es: el de las políticas, que es completamente reversible y prevenible. Y el día que bastantes de nosotros en el cuarto poder dejemos de hacer el trabajo del Cártel Oficial en nuestro periodismo, la prohibición a las drogas finalmente caerá, como la prohibición al alcohol cayó antes, y la paz y tranquilidad regresará a nuestras ciudades y pueblos. Mientras tanto, cada vez se hace más difícil diferenciar entre los soldados y los civiles, mientras la farsa oficial violentamente continúa…

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