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Johanna Lawrenson: Organizando en la fuga

Lawrenson y su compañero Abbie Hoffman desafiaban el brazo de la ley mientras organizaban por la justicia


Por Alex Mensing
Escuela de Periodismo Auténtico, Generación 2013

16 de mayo 2013

En 1978, Johanna Lawrenson lanzó un movimiento social con un fugitivo. Su compañero, tanto en la vida como en el movimiento, era Abbie Hoffman, un experimentado organizador que en ese momento era buscado por el FBI.


Johanna Lawrenson en la Escuela de Periodismo Auténtico 2013 en México. DR 2013 Alex Mensing.
Hoffman, que había sido cofundador de los Yippies en la década de 1960, fue uno de los 8 acusados de Chicago y autor de Steal This Book (Róbate este libro), se había estado escondiendo de la ley durante los cuatro años anteriores. Lawrenson conoció a Hoffman en México en 1974, y durante los seis años antes de que él se entregara, fue su colaboradora, o cómo él a menudo decía con un toque de ironía, su “compañera de fórmula”. Lawrenson trajo extraordinarias capacidades de organización, conciencia, e independencia, capacidades que fueron fundamentales para su posterior éxito al evitar al FBI mientras organizaban campañas en los EEUU.

Johanna Lawrenson compartió recuerdos de su vida fugitiva con Hoffman durante una entrevista en la Escuela de Periodismo Auténtico 2013, una escuela fundada por el organizador y periodista Al Giordano. La Escuela, junta a organizadores y comunicadores para aprender a promover los esfuerzos de los movimientos sociales y campañas de resistencia civil. Lawrenson ha sido profesora de las últimas cuatro sesiones. En el arco de la historia, la escuela representa la realización de un sueño que Hoffman y Lawrenson primero hablaron con Giordano, cuando los tres se conocieron a principios de los ochenta.

Vivir en la fuga, mientras organizaban un movimiento social requiere un tipo particular de crianza y personalidad. Johanna Lawrenson fue criada por Jack Lawrenson, un líder sindical irlandés, y Helen Lawrenson, autora y columnista de revista, que hizo su camino alrededor de la cultura y la literatura. Jack era un organizador y había fundado el Sindicato Marítimo Nacional de los EEUU. Johanna creció escuchando a su madre cantando canciones de resistencia: “Mujer sindicalista, ¿de qué lado estás? Solidaridad eterna… Esas fueron mis canciones de cuna”, dijo.

Una de las primeras experiencias de Lawrenson con una organización comunitaria pasó cuando tenía tres años, a caballo sobre los hombros de su padre. “Fue el desfile del Primero de Mayo en Nueva York, marchando por la calle Broadway con el sindicato”, recuerda Lawrenson. Ella y su hermano pequeño incluso probaron el sabor de la violencia que a veces se asocia con la organización sindical, cuando su madre abrió la puerta y se enfrentó a tres matones en busca de Jack. “Sonó el timbre, y por el sonido de la voz de nuestra madre supe que algo andaba mal”, dijo Lawrenson. Los matones rompieron una ventana antes de salir, pero no invadieron la casa.

Las actividades sindicales de Jack también presentaron a su hija al FBI. Los agentes visitaron su casa varias veces durante su infancia, sus primeras interacciones con una agencia del gobierno que luego la perseguiría junto con Hoffman.

En 1960, cuando Johanna tenía 19 años, se trasladó a París donde estudió en la Alianza Francesa y trabajó como modelo. Su vida social en París giraba en torno a su amor por el mundo del arte, amor que continuó persiguiendo cuando se mudó a Nueva York en 1968.

A finales de los sesenta, el FBI hizo una relación distante entre Lawrenson y alguien que estaban buscando por destrucción de la propiedad con una excavadora. Lawrenson supo después en una petición a la Ley de Información Pública que había estado en la lista de las diez personas más vigiladas entre 1969 y 1972. El FBI visitó a sus amigos, familiares, e incluso el bar de Nueva York en el que trabajaba. En 1971, dejó atrás el acoso del FBI y se mudó a México, donde algunas veces tuvo que usar un nombre falso.

Tres años más tarde, Abbie Hoffman huyó a México con el FBI detrás de sí. Los éxitos de Hoffman como organizador habían sido una espina para el gobierno de los EEUU por muchos años. Cuando en 1973 el gobierno finalmente lo arrestó por cargos relacionados con drogas, no pagó la fianza y cruzó la frontera de México. Al año siguiente, Lawrenson conoció a Hoffman—quien estaba usando un alias en México a través de un amigo mutuo.

Hoffman era una figura de alto perfil, y el gobierno más poderoso del mundo lo buscaba. La mayoría de las personas dudaría antes de empezar una relación con alguien en esas condiciones estresantes y peligrosas. Pero Johanna Lawrenson sentía que estaba “preparado para el trabajo.”

Ganar la confianza de Hoffman fue el primer paso. “Pensé que era bueno que yo también estuviera ahí con un nombre falso”, dice Lawrenson. Ella sabía lo que era ser objeto de una investigación federal, sabía cómo cuidar de sí misma, y ella compartía su compromiso con la justicia social.

Mercedes Osuna—amiga de Lawrenson y veterana organizadora y defensora de los derechos humanos en el estado mexicano de Chiapas—recuerda que cuando conoció a Lawrenson sentía como si la hubiera conocido toda su vida. “Johanna es una de esas personas que tienen un espacio seguro cerca de ellas. Confié en ella desde el principio”, dijo Osuna.

Lawrenson tiene claro el papel que jugó en su relación: “Cuando estábamos clandestinos, yo lo organizaba.” Ella condujo la mayor parte, ella veía a la gente en los restaurantes que comían y ella era quien hablaba, mientras que “el novio de Johanna” mantenía cierta distancia, con los ojos ocultos detrás de un gran par de gafas de sol.

Lawrenson recuerda sus años en México con mucho cariño. “Creo que tuvimos una vida de ensueño”, dice ella. “Fue uno de los mejores tiempos.” Pero tuvieron que huir a principios de 1976 cuando su cobertura estuvo en peligro. Habían aceptado ser presentados en un artículo de Ken Kelley en Playboy, bajo la condición de que les mostrara el artículo antes de su publicación. Nunca se los envió. Cuando Playboy publicó el artículo de Kelley, incluía información que a su juicio podría llevar a las autoridades a su ubicación.

De vuelta en los EEUU

Regresaron a los EEUU y pasaron los meses de verano en una casa de campo que la bisabuela de Lawrenson había construido a orillas del río San Lorenzo en el estado de Nueva York. Para entonces, la persona a quien el FBI había vinculado a Lawrenson años atrás había sido capturado, y el caso fue cerrado. Pero Hoffman seguía siendo un fugitivo, utilizando varios alias, en el río era “Barry Freed.” Sin embargo, tuvo gran placer al conocer la cultura local del río.

Y Hoffman extrañaba la organización. En julio de 1978, el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de EEUU les presentó un desafío que Hoffman no pudo resistir, a pesar de los peligros de visibilizarse. Alguien dentro del Cuerpo de Ingenieros del Ejército dio a uno de sus vecinos una serie de documentos. El Cuerpo quería abrir el río San Lorenzo para la navegación durante el invierno rompiendo el grueso hielo que se había formado en el río durante varios meses al año. El plan amenazaba con crear un desastre ambiental que dañaría las comunidades locales a lo largo del río.

El primer paso era decidir si Hoffman arriesgaría su cobertura. Ambos sabían que esta lucha llevaría organización seria a largo plazo e implicaría apariciones públicas de ambos. A pesar de los riesgos, Lawrenson y Hoffman decidieron seguir adelante y empezaron a organizar.

“¿Cómo no lo haríamos? Vivíamos ahí”, dice.

Una tarde, examinaron la propuesta del Cuerpo de Ingenieros, y al día siguiente se reunieron por primera vez con un par de amigos. Uno de los principios de organización de Lawrenson es “llegar temprano”.

Llamaron a la organización “Salven al río” rechazando el más largo “Comité para salvar el río.” Hoffman sabía por su experiencia previa como organizador que el nombre tenía que ser activo. “Era como un saludo,” recuerda Lawrenson. “¡Estamos con Salven al río!”

Como movimiento social, “Salven al río” trató con todos los sectores de la sociedad, desde las pequeñas comunidades ribereñas afectadas por sus muelles a la industria del transporte y de los políticos. Le pregunté a Lawrenson sobre las diferencias entre sus enfoques a estos distintos grupos distintos, y me miró sorprendida: “Las personas son personas.”

El movimiento creció y Hoffman fue capaz de llevar una cantidad considerable de organización bajo el nombre de Barry Freed sin ser descubierto. Sin embargo, en 1980, decidió entregarse y cumplió cuatro meses de una condena de un año.

Por fin libres

Lawrenson siguió al frente de los esfuerzos de organización con “Salven al río” trabajando junto a Hoffman, quien se lanzó de nuevo en público con su identidad real una vez que estuvo fuera de la cárcel. “Salven al río” tuvo éxito al bloquear el plan del Ejército. Durante el resto de la década de 1980, se organizaron juntos y de manera independiente, enfrentando luchas que van desde proyectos de energía nuclear a el reclutamiento de la CIA para la intervención de los EEUU en Centroamérica.

Después de años de luchar contra trastornos maniaco depresivos, Hoffman se suicidó en 1989. Veinticuatro años más tarde, todavía Lawrenson enciende una vela para conmemorar el aniversario de su muerte. Pero ella me dijo que a Hoffman le hubiera gustado ser profesor en la Escuela de Periodismo Auténtico.

Hoffman amaba enseñar a los jóvenes, pasaba a las siguientes generaciones las lecciones de sus muchas campañas de organización. “La enseñanza era su fuerte”, dijo Lawrenson. “A Abbie le gustaba enseñar, porque lo que la juventud tiene es impaciencia. Ellos lo quieren ahora.”

Cuando Giordano apareció en sus vidas a principios de los ochenta, tenía 21 años y organizaba algunas de las mismas estrategias que Lawrenson y Hoffman habían encontrado para ser eficaces. Algunos otros estaban haciendo uso de esas tácticas, y Hoffman reconoció un espíritu afín.

Giordano recuerda que cuando Hoffman se enteró de lo que estaba haciendo Giordano, Hoffman dijo, “este chico demuestra mis teorías.” Lawrenson dijo que ella y Hoffman discutieron la necesidad de una escuela que transmitiera el espíritu, la estrategia y las tácticas que los dos habían aprendido.

El año que Hoffman murió, Lawrenson y sus amigos crearon la Fundación Activista Abbie Hoffman para llevar a cabo su trabajo. En un folleto de la fundación, Lawrenson escribió sobre la importancia de educar a los nuevos organizadores:

“Sabemos que la mejor memoria de Abbie (y lo mejor que le puede pasar a los Estados Unidos) sería entrenar- y dar rienda suelta- a toda una nueva generación de organizadores que continúen el trabajo donde Abbie lo dejó y se movilicen en contra de la opresión del gobierno y la codicia corporativa en todas partes”.

“A Abbie le encantaría esta escuela,” dijo Lawrenson sobre la Escuela de Periodismo Auténtico. Ella y Hoffman incluso habían buscado el lugar para construir un centro de formación para los organizadores. Cuando la sesión de 2013 de la Escuela llegó a su fin, ella pensó en el sueño que tenía con Hoffman. “Sólo me dieron ganas de llorar, porque esto era lo que Abbie quería hacer.”

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