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Una vida de lucha

Don Andrés: el anciano más viejo del Congreso Nacional Indígena de México


Por Annalena Oeffner
Estudiante de Periodismo Auténtico de Narco News

29 de septiembre 2003


Don Andrés Vasquez de Santiago al lado de su casa en el estado mexicano de Guanajuato
Foto D.R. 2003 Charles Hardy
Sentado en una cama vieja y gastada, en una pequeña y derruida choza cuyo piso está cubierto de mazorcas de maíz rojo, Andrés Vasquez de Santiago, de 93 años y tal vez de un metro y cuarenta de estatura, parece frágil. Tiene la piel café oscuro de los indígenas otomí mexicanos, el cabello llamativamente blanco y está vestido con viejos pantalones color verde, zapatos tenis, una camisa blanca y una toalla puesta sobre los hombros. Preguntado sobre su vida, ríe y dice que no hay nada que contar. Pero inicia el relato de cualquier manera. Don Andrés, como lo llama la gente, ha peleado toda su vida por los derechos de los indígenas en México. Es uno de los fundadores del Congreso Nacional Indígena (CNI) del que es el delegado más viejo. Y es un libro andante de historia sobre la situación indígena durante el siglo pasado.

“Mucho ha cambiado”, observa el hombre nacido en 1910, año del inicio de la revolución contra el dictador Diaz liderada por Francisco Madero, Pancho Villa y Emiliano Zapata. Muchos simpatizantes de los derechos indígenas (incluyendo al nieto de don Andrés, Juan) reunieron este verano de 2003 en Oventik, Chiapas, para ver el nacimiento del último progreso en su causa: la formación de las juntas de buen gobierno regionales y autónomas, que han asumido roles en el autogobierno de las comunidades antes manejadas solamente por el Estado. Aunque muchos de los colegas de don Andrés del Congreso Nacional Indígena estaban presentes en Oventik, siete años después de su fundación la organización permanece como un enigma para muchos de sus simpatizantes de la causa indígena internacionales y mexicanos. No tiene oficina, no hay equipo a sueldo y no recibe financiamientos. Como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), el CNI ha permanecido a menudo meses en silencio, sin hacer ninguna declaración pública. Pero en Oventik, por primera vez desde la marcha zapatista a la ciudad de México en 2001, repentinamente reaparecieron otra vez, en el escenario central de la lucha, una importante voz que reúne 56 de las 62 etnias de México.

La lucha de los pueblos indígenas de México tiene una larga historia y aún sigue en marcha. Pese a que programas del gobierno y de organismos internacionales se dirigieron a la población indígena, su situación está lejos de lo que don Andrés, delegado del CNI, cree que debería ser. Al hablar con don Andrés, la larga historia comienza a develarse para quien es ajeno a ella.

“Su memoria alcanza 90 años”, explica Miguel Álvarez, buen amigo suyo también delegado del CNI. “Muchos indígenas tienen buena memoria a causa de todas las cosas malas que les han ocurrido. No se olvidan estas cosas”. Álvarez, quien se describe como “mestizo con corazón”, retrata a don Andrés como “muy sabio y muy, muy inteligente”. Es pequeño, pero “su verdadera grandeza está en su cabeza”. Don Andrés fue a la escuela solamente un año y ha sido campesino toda su vida. Al preguntar a Miguel Álvarez cuándo fue que don Andrés comenzó a hacer política, responde: “A la edad de la razón, cuando tenía como nueve años”.

Don Andrés fue elegido líder del concejo en su pueblo, Apaseo el Grande, Guanajuato. “Siempre he estado con los campesinos, con los que no tienen capital”, dice. “Me respetan, son mi gente. Siempre estuve en oposición a las figuras políticas”. También explica que acompañaba a la gente cuando tenían problemas con las autoridades. Durante los últimos tres años, como sea, él no ha ido con nadie. “No puedo. No escucho, veo poco”. Sin embargo, en años recientes, ha participado en varios encuentros nacionales del CNI, en la caravana zapatista de 2001, hizo los honores en la pasada cumbre pro legalización de las drogas en Mérida y trabajó como profesor ahí y en Isla Mujeres con la Escuela de Narco News de Periodismo Auténtico.

Don Andrés es pobre, en el sentido económico de la palabra. Esto se hace evidente inmediatamente, luego de entrar a través de la puerta de madera quebrada, cruzando los baches, hoyos y lodazal en el corto viaje del jardín hacia su casa de paderes tambaleantes. En el interior apenas hay muebles. Habiendo sido campesino, don Andrés no recibe ninguna ayuda del gobierno. Gente como él, sin familia no tendría ninguna fuente de ingresos. Pese a ello, dice don Andrés, mucho a mejorado desde el tiempo en que era pequeño: “Luego de la Revolución [de 1910] vino el hambre, no teníamos nada que comer, toda la gente tenía hambre. Viviamos solamente de yerbas como nopales [tunas] y frijoles, bueno, sopa de frijoles porque teníamos suficientes. Era todo natural, no teníamos molinos o máquinas para hacer tortillas. Inclusive cuando terminó la revolución, había mucha escasez de comiday enfermedades, y mucha gente se moría por eso. En el año de 1920, cuando tenía diez años, los niños ganábamos 18 centavos al día, por no ir a la escuela, porque los curas no querían que fuéramos. Así que nos pagaban 18 centavos por día. Era una miseria. Igual que ahora, los que saben leer pudieron escapar de la esclavitud”.

“Odio a los curas”, dice don Andrés. “Los considero traidores a los seres humanos. Los trajeron los españoles y eran el arma más poderosa que se pueda imaginar. Y todavía son así bastante. Los curas vinieron a intimidarnos, hablando de excomunión y del infierno. ‘Se van a condenar, hijos míos’, decían en esos tiempos, ‘si se toman las tierras. Los ricos tienen las tierras porque trabajaron por ellas”.

Hacia 1935, don Andrés recuerda, los campesinos no usaban nunca pantalones. Entonces el gobernador de Querétaro, la ciudad más cercana, decretó que metería preso a cualquiera que no usara pantalones. Por culpa de esta “rata”, como lo llama don Andrés, mucha gente nunca pudo ir a la ciudad.

Don Andrés nació de padrés que hablaban otomí-ñahñú, la lengua de los indígenas otomí. En opinión de Miguel Álvarez, las cifras oficiales del número de otomí parlantes son bajas (cerca 292 mil en 2000, de acuerdo al Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Información Tecnológica), dado que aún hay cinco millones de personas con raíces otomíes en México, algunas de las cuales continúan viviendo de acuerdo con las viejas tradiciones en comunidades alejadas a menudo de difícil acceso. Cuando conoció a Miguel Álvarez en 1992, don Andrés “había perdido contacto con su pueblo y creía que los otomíes habían desaparecido y que su lengua se había extinguido. Vive muy aislado y no habla más el otomí, pero lo entiende. Sus padres hablaban otomí, pero a los niños no les estaba permitido hablarlo en la escuela. Si lo hacía, sus maestros los golpeaban. La gente perdió entonces relación con sus ancestros, sus tradiciones, etc.”. De acuerdo al Christian Science Monitor, Yolanda Lastra, una lingüista mexicana, afirma que: “Alguna gente piensa que una lengua puede morir, pero la cultura y el conocimiento persistirán. Yo no. Pienso que el lenguaje y la cultura mueren juntos”.

Nadie puede decirme exactamente cuántos descendientes tiene este hombre ya mayor. Tiene once hijos y por ahora ya es tatarabuelo. Gran parte de su familia vive en su pueblo, San Bartolomé Aguacaliente, en el estado de Guanajuato, a media hora de la ciudad de Quéretaro, al norte de la ciudad de México. Don Andrés nació ahí en 1910. El número de vidas humanas perdidas durante los once años de la Revolución que comenzó ese mismo año varía del estimado “oficial”·de alrededor de seis por ciento a cerca de la quinta parte de población (de acuerdo a Robert McCaa, del Centro de Población de la Universidad de Minnesota). Esa revolución, dice la escritora y columnista de La Jornada Raquel Gutiérrez Aguilar, fue el principio del México moderno. Su producto fue la “nación ideal”: la nación mestiza. En esta nación, cada quien debe tener supuestamente las mismas oportunidades, como ilustra este dicho popular: “Mi padre era esclavo de hacienda y yo soy revolucionario, mis hijos pusieron una tienda y mi nieto es funcionario del gobierno”. En los años ochenta, los mercados mexicanos fueron abiertos a la competencia extranjera, el neoliberalismo llegó a México. La situación para mucha gente empeoró cuando los programas de educación (tales como financiamiento a la educación universitaria) se pararon. “El rico se hizo más rico, los servicios públicos comenzaron a deteriorarse”, dice Raquel Gutiérrez.

En 1992, el Congreso de los Estados Unidos estableció una Comisión para el Jubileo del Quinto Centenario del Descubrimiento de Colón para la celebración del Día del Descubrimiento el 12 de octubre. Fue el año del 500 aniversario del “Encuentro de Dos Mundos”. De acuerdo a Miguel Álvarez, muchos indígenas no aceptaron las celebraciones en memoria de la invasión de sus tierras, y en cambio protestaron. Dice que “los españoles y los otros europeos vienieron a robar. No trajeron nada, solamente agarraron. No trajeron más que la espada e impusieron su religión a la fuerza. No sabían como hablar. Esclavizaron a la gente, tomaron el oro y trajeron espejitos y cuentas a cambio”.

Todos estos factores llevaron al alzamiento de los zapatistas en 1994 en el estado sureño de Chiapas, para demandar autonomía indígena sobre su tierra y sus maneras de vida. Antes, solamente había organizaciones indígenas de significación naciola que luchaban por sus derechos como campesinos como opuestos a los derechos indígenas. Había una oficina del gobierno para gente indígena, llamada el Instituto Nacional Indigenista. Raquel Gutiérrez describe cómo ayuaba a la gente vendiendo sus artesanías, beneficiando al mercado. “Los ayudaban a no ser indígenas. Así esta gente comenzaba a volverse otra cosa”. Desde su punto de vista, solamente cuando los zapatistas aparecieron en escena los mexicanos verdaderamente se dieron cuenta de que había muchos indígenas en su país. También “comenzamos a sentir que éramos indígenas también, que ellos eran nuestros ancestros. Fueron realmente los zapatistas los que se movieron para que la gente se diera cuenta de eso”.

En 1996 se firmaron los Acuerdos de San Andrés pero nunca se implementaron. Marcaron la restauración de la autonomía de todos los aspectos de la vida indígena, así como el control sobre el gobierno local, su forma y los procesos judiciales, los medios y, lo más importante, su tierra y sus recursos. El mismo año, líderes de varios grupos indígenas se reunieron en la ciudad de México. Entre ellos estaban la Comandante zapatista Ramona y don Andrés. Éste fue el primer Congreso Nacional Indígena. Aunque la gran mayoría de sus miembros son campesinos pobres, se han movido pese a ello para encontrarse muchas veces desde entonces.

El CNI actúa como organización paraguas para la mayoría de los grupos étnicos. Su principal meta (idéntica a la de los zapatistas) es el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés. La falla del gobierno del PRI para sostener los acuerdos fue un factor importante para el fin del reinado de 71 años de ese partido en 2000. El actual presidente, Vicente Fox, quien a clamado resolver el conflicto en Chiapas (de hecho la cuestión de la autodeterminación indígena) “en quince minutos”, no ha podido, como quiera, mantener su promesa. La reforma ratificada por el gobierno mexicano en abril de 2001 fue rechazada por los zapatistas y el CNI, ya que ignoraba las principales demandas de los pueblos indígenas.

De acuerdo a Raquel Gutiérrez, el CNI puede ser al mismo tiempo débil y fuerte: “es una organización que no es realmente una organización. Solamente cuando se encuentran todos existe. Si no, bueno, existe porque puede existir otra vez”. Cuando los zapatistas marcharon a la ciudad de México en 2001, por ejemplo, pidieron al CNI movilizar a las comunidades fuera de Chiapas. “Pero cuando fue aprobada la Ley Indígena, el CNI no apareció. Así que es fuerte en ocasiones y en ocasiones no”. El problema que ve Gutiérrez es “la falta de capacidad para luchar a nivel local”. Cada comunidad tiene distintas formas de vivir, de producir alimentos, etc. Otras pueden tener una organización similar, pero no están relacionadas unas con otras”. En los encuentros del CNI hay líderes regionales que son muy representativos de sus comunidades, que viven en ellas y hablan con la gente. Pero en los encuentros, hablarán acerca de sus problemas específicos y no ven con un poco más de amplitud. El CNI, comparado con los movimientos indígenas en Bolivia y en Ecuador, por ejemplo, no tiene la capacidad de trabajar en un nivel regional, de relacionarse con las comunidades”.

En lo que respecta a la población indígena, el gobierno de Fox “está haciendo estupideces”, afirma Raquel Gutiérrez. Políticas como continuar abriendo los mecados a la competencia extranjera han resultado en “enormes organizaciones de campesinos para demandar que las fronteras se cierren a los productos agrícolas”. Un ejemplo de un programa de ayuda del gobierno a los pueblos indígenas es Procampo, que desde 1996 hizo pagos a los campesinos basándose en su producción histórica, y para hacer más eficiente uso de sus recursos. Gutiérrez señala que sirve mucho más a los intereses del gobierno que a la gente a la que está dirigido.

“Van a las comunidades, registran a todos y dan a las mujeres unos 200 o 300 pesos [entre 20 y 30 dólares] por hijo. Esos niños están siendo pesados y medidos cada dos meses. Si no crecen y ganan el peso esperado por el gobierno, son sacados del programa. En vez de dar más a los niños, ya que carecen de ello, están siendo castigados por el ‘mal uso del dinero’ de sus padres. De repente, estas mujeres se han vuelto rivales y comienzan a pelear entre ellas. Administrar tal programa es estúpido. Son simplemente programas de folleto, que no le sirven a la gente. En cambio, crean conflictos entre las comunidades, haciendo más difícil para la gente unirse y luchar por objetivos comunes. Esta forma de dar dinero es una manera de controlar a la gente. El gobierno no solamente tiene una lista perfecta de ellos y sabe lo que está pasando, sino que tiene una manera de causar problemas, de controlar rebeliones”:

En un reporte de la Agencia Internacional de Desarrollo de Canadá, Raymond Obomsawin menciona un estudio en un pueblo mexicano que reveló que la niños otomíes en edad escolar conocían los nombres y usos de 138 plantas, comparados con 37 niños no indígenas, pero eran considerados “ignorantes” y con necesidad de una educación. El cita a L. Arizpe, quien dijo que “enfocarse en la cultura y en la preservación del conocimiento del pueblo es central para luchar contra la pobreza”.

Desde su experiencia personal, Raquel Gutiérrez habla acerca de la “ayuda para el desarrollo” dada por las ongs en México: “Imponen sus propias agendas políticas, o peor, las agendas de quienes los apoyan. En vez de escuchar a la gente acerca de sus necesidades, hacen cosas que fueron decididas en otros lugares, con otros intereses. Cuando vives con los indígenas, aprendes y das. Pero debería ser una relación de intercambio. Podrías ofrecer enseñarles una cosa, quizá cómo usar una computadora, y tal vez puedan enseñarte a cambio qué plantas son buenas para ti cuando tienes un resfriado. Tienes que construir una relación donde respetes a la gente. He visto muchos trabajadores de las ongs que son buena gente, bien intencionados, pero que hacen cosas estúpidas. Si solamente te doy y te doy y te doy, termino tratándote como un niño, un menor, como alguien que no sabe lo que es bueno para él”.

Tratar a los indígenas como menores, llamando a su sabiduría “ignorante” —nada podría estar más lejos de don Andrés, por ahora un cuerpo de historia viva de la lucha indígena de México. Quien conozca a don Andrés no tiene sino respeto por la sabiduría de este hombre, adquirida durante 93 años de sobrevivencia en un mundo que no le da los mismos derechos a todos. Y se reirá con él cuando afirma que no hay nada que contar de su vida. Luego de una vida en los campos, don Andrés sabe cómo predecir el clima, sabe “cuando va a llover”. “El aire está cambiando”, explica, “el año próximo va a ser un buen año”. Sin embargo, mirando la situación presente de los indígenas, mucho tiene que hacerse en los años venideros para que sean “buenos años” para todos en México. La lucha de toda la vida de don Andrés y muchos otros puede llevar a mejoras, pero como él apunta: “Los pobres siguen siendo pobres”.

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