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No se puede ganar nunca nada sin organizarse

Comentarios para la primera sesión de entrenamiento en noviolencia en México del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad


Por Al Giordano
Especial para The Narco News Bulletin

27 de febrero 2012

(Estas son las palabras del autor durante el primer entrenamiento en la noviolencia del movimiento mexicano en contra de la guerra de las drogas, que se llevó a cabo el 17, 18 y 19 de febrero en la Ciudad de México y al que asistieron los lideres e integrantes de las comisiones de trabajo del movimiento.)

Gracias al Movimiento por Paz con Justicia y Dignidad por invitarme y a todos presentes por su labor y compromiso. Hablaré sobre organización, en base a mi experiencia como organizador y periodista. La primera cosa que deben saber es: Toda organización comienza con el relato de una historia.

Cuando escuchamos atentamente la historia de alguien aprendemos lo que le motiva, y lo que le apasiona. Cuando aprendemos de esa historia, entonces podremos organizar a esa persona para que haga cosas que nos ayuden a conseguir lo que queremos, y también ayudándolo a él o ella a conseguir lo que quieren. El escuchar es la primera habilidad y deber que un organizador comunitario debe tener. Antes de que podamos hacer que alguien haga algo, debemos saber lo que él o ella quieren, que por lo general es diferente a lo que pensábamos que quería.

Mi historia comenzó en un taller muy parecido a este. Tenía 17 años. Era una sesión de capacitación de ocho horas en noviolencia para gente que quería participar en la ocupación de una planta de energía nuclear en construcción en un pueblo llamado Seabrook, en el noreste de los Estados Unidos. El movimiento que organizó la ocupación había decidido que no todos podían participar. Para ser parte, se tenía que asistir a un entrenamiento en noviolencia, aceptar ciertas pautas, y organizarse con otros en un pequeño grupo de 10 o 15 personas al que llamaron “grupo de afinidad”. Cada grupo incluyó gente que ocuparía el sitio, violando la ley en un acto de desobediencia civil, muy parecido a lo que la otra noche vieron en el video sobre los plantones en los mostradores de Nashville. Cada pequeño grupo también incluyó otros que no invadirían la propiedad y en su lugar organizarían el apoyo -legal, financiero y de relaciones públicas – para los que lo hicieron.

El 1 de mayo de 1977, durante la ocupación, fui detenido junto con otras 1,414 personas. Mentí sobre mi edad, dije a la policía que tenía 18 años, por lo que me mantuvieron en la cárcel durante tres días con los adultos. Fue la primera de mis 27 detenciones por actividad política. En un primer momento, estas ocupaciones generaron una gran cantidad de atención de los medios. Eso llevó a más personas a unirse al movimiento anti-nuclear.

Pero el movimiento continuaba repitiendo la misma táctica una y otra vez. La táctica de las ocupaciones era repetitiva y aburrida para el público y la prensa, y mientras tanto, una facción más militante trató de cambiar las reglas acordadas con el fin de permitir y promover la destrucción de la propiedad. Por ejemplo, querían llevar cortadores de alambre y destruir la valla que rodeaba el sitio nuclear. Después de una larga serie de asambleas y discusiones, aquellos de nosotros que no pensamos que era una buena idea estuvimos agotados y aburridos por las estúpidas reuniones sin fin con sus rígidos procesos de toma de decisión a través del consenso, y uno por uno, cada vez asistimos menos de los que empezamos a construir construimos el movimiento. La facción que quería cortar la cerca finalmente ganó.

Al fin, ellos no fueron capaces de hacer más que una acción con su plan para destruir la propiedad. Fracasó totalmente su táctica. Las protestas pasaron de ser populares muestras de nuestro alto nivel de de nuestra organización y disciplina a sólo una batalla entre manifestantes y policías. Los medios lo cubrieron de esa manera. La táctica de la ocupación perdió el apoyo del público: muy parecido a lo que en los últimos meses le ha sucedido a las manifestaciones de “Ocupa Wall Street” en los Estados Unidos.

Para entonces sólo tenía 19 años, pero había aprendido mucho sobre cómo hacer las cosas -y fui entrenado para capacitar a otros en la noviolencia- y también acerca de cómo no hacer las cosas. Mi pasión se mantuvo en detener a la industria de la energía nuclear porque creía, y todavía creo, que era un gran peligro para la salud pública y el medio ambiente. Para entonces ya había abandonado la Universidad y me había ido a vivir a las montañas de Massachusetts, cerca de la planta de energía nuclear más antigua del planeta, en un pueblo llamado Rowe. Ahí, no había un movimiento local para cerrar la planta nuclear. La mayoría de la población autóctona la apoyaba. Muchos trabajaban allí. La compañía pagaba la mayor parte de los impuestos del municipio. Y era una región agrícola conservadora que percibía que el movimiento anti-nuclear estaba dominado por los hippies de los años 60, entonces de 30 y 40 años con el pelo largo y todas las otras modas que vinieron con eso. Fue muy difícil llegar a una población ya escéptica a nuestra causa.

Al principio traté de repetir la vieja táctica de los plantones, marchas y ocupaciones noviolentas, remontándome a la forma original que habíamos usado con estrictas reglas y disciplina noviolenta. Sin embargo, no estaba recibiendo la respuesta que yo esperaba de la comunidad local, que incluso aunque lo hiciera con el pelo corto y un pin de la bandera estadounidense en mi camisa, aún veían el ser arrestado como algo fuera de su propia experiencia personal, algo extraño y temido por ser algo ilegal.

Había estudiado y leído todo lo que existía sobre la noviolencia, de Gandhi y King y César Chávez, y de análisis de autores como Gene Sharp, que entonces era un joven profesor de la Universidad de Harvard, y aprendí de las historias de sus luchas y las tácticas que se utilizan. La lucha noviolenta por los trabajadores sindicales del movimiento Solidaridad en Polonia estaba también en las noticias y leí todo lo que pude encontrar sobre eso. Pero se había escrito muy poco sobre ese lado de sus movimientos; la mayoría de los libros y los reportajes en los medios de comunicación se trataban de las grandes protestas y marchas, y no sobre todas las pequeñas cosas que se hicieron para organizar antes y durante esos eventos mediáticos.

Luego me enteré de algo llamado “organización comunitaria” (“community organizing,” en inglés). Había un hombre en Chicago llamado Saul Alinsky, quien escribió acerca de eso, que había creado sus “Reglas para Radicales”, -aquí, les paso unas copias de esas reglas traducidas al español, para que se las lleven a casa y las estudien- y también el famoso disidente y organizador llamado Abbie Hoffman acababa de publicar su autobiografía y contó todas las cosas que había hecho para organizar el movimiento de jóvenes en contra de la guerra de Vietnam que no recibió la atención de los medios como sus acciones más de espectáculo mediático. Otro organizador comunitario se había mudado a nuestra región montañosa desde Filadelfia. Su nombre era Bill Moyer. Había llegado cuando en el movimiento todavía estábamos en la etapa de la protesta y la ocupación. Él era mayor y tenía más experiencia que yo. Un día, tomando el café conmigo tuvo el descaro de decirme que yo lo estaba haciendo todo mal!

“Tienes que aprender más acerca de las personas que estás tratando de organizar!”, me dijo. Al principio me molestó, pero después de pensar en lo que había dicho me di cuenta de que tenía razón. Así que fui a hablar con él de nuevo. Y me hizo un desafío: Que si yo estaba dispuesto a pasar una noche yendo de puerta en puerta pidiendo a la gente en sus casas que firmara una petición en contra de la planta nuclear local, él aceptaría entrenarme en la forma de hacerlo. Y después él se reuniría conmigo para hablar de lo que aprendí. Acepté y juntos ideamos una petición y me fui por la calle solo, tocando a las puertas de desconocidos, hablando con las amas de casa, agricultores, trabajadores de todo tipo que acababan de llegar a casa de su trabajo. Algunos iban a cenar y me dijeron que no podían hablar. Algunos trabajaban para la planta nuclear y cerraron la puerta en mi cara. Otros me invitaron a tomar un café y tal vez un 30 por ciento firmó la petición. Cuando traté de reclutar a personas para ir a nuestra próxima marcha, nadie quería hacerlo. Incluso aquellos que firmaron la petición no querían correr el riesgo de ser detenidos o de que sus nombres aparecieran en los diarios como manifestantes. Me enteré de que a la gente normal ¡no le gustan los manifestantes! Y algunos tenían un montón de preguntas sobre mí. ¿Qué hacía un joven con un fuerte acento del Bronx, de Nueva York en su comunidad tratando de decirles lo que había que hacer?

Me di cuenta de que si iba a crear un movimiento contra las plantas nucleares locales tendría que mezclarme con la población local. Ya me había cortado el pelo. Pero ahora empecé a usar la misma ropa que ellos vestían. Conseguí un trabajo en una granja haciendo el mismo trabajo que ellos hacían. Aprendí tanto acerca de su oficio como pude con el fin de tener la oportunidad de enseñarles el mío, que era y es la rebelión, ¡pero tenía que encontrar una palabra mejor para eso! La gente local no quería hablar de la energía nuclear o de política. Pero le encantaba hablar de lo que era importante para su vida cotidiana y el trabajo: en la tienda local y en la cafetería se hablaba de cortar la madera para calentar sus hogares en el invierno, contaban historias de un animal de granja que escapó y de cómo lo persiguieron. Hablaban de la pesca en el río de la localidad, y al igual que todos en el planeta, hablaban mucho acerca de sus hijos y nietos. Una vez llegué a escuchar lo suficiente sobre lo que era importante para ellos, encontré la manera de hablarles acerca de la planta nuclear: la forma en que la electricidad era más cara que la madera que todos utilizamos para calentar nuestros hogares, cómo los residuos radiactivos de la planta entrarían en la cadena alimenticia y contaminarían al cerdo en la granja y a los peces que capturábamos en el arroyo; y aún después de que la central nuclear ya no generara electricidad sus residuos venenosos todavía contaminarían a sus hijos y nietos. Hasta cierto punto, si me escuchaban era porque, a sus ojos, me había convertido en uno de ellos; otro agricultor y buen vecino.

Después de estar mas de un año escuchando todas sus historias, pude encontrar un pequeño grupo que estaba de acuerdo conmigo y quería cerrar la planta nuclear. Nos juntamos y formamos una pequeña organización. Ya no estábamos haciendo más ocupaciones o protestas -se habían hecho impopulares entre el público debido al comportamiento de la facción que cortaba las cercas- por lo que los medios de comunicación habían perdido interés. Una de las primeras cosas que hicimos fue publicar nuestro propio periódico. Lo llenábamos de imágenes patrióticas (al igual que los zapatistas usan la bandera nacional y cantan el himno nacional en todas sus reuniones) y contábamos los hechos sobre la planta nuclear – la forma en que dañaba al medio ambiente, amenazaba a sus hijos y a sus granjas; y hacían más cara la electricidad- de formas que se centraban en lo que era importante para ellos.

Luego hicimos un plan sobre cómo hacer que el periódico llegara a las manos de todos los ciudadanos locales. Fuimos a todas las tiendas en la región y preguntamos si podíamos dejar algo en el mostrador para que los clientes lo tomaran de forma gratuita. Algunos dijeron que no, otros que sí. Hicimos una lista de todos los que dijeron que sí para saber en donde poner las futuras ediciones del periódico. Al principio sólo unos pocos de nosotros hicimos esto. Eso es todo lo que se necesita. También tuvimos conversaciones con ellos y supimos de sus historias. Usamos lo que habíamos aprendido acerca de ellos para encontrar la manera de incorporarlo a nuestro movimiento. Había un sacerdote que apoyaba nuestra causa, por lo que lo invitamos a venir a nuestras reuniones y hacer una oración para comenzar cada una de ellas. Aceptamos donaciones en forma de productos agrícolas y cada vez que alguien donaba un barril de tomates o un pastel que había preparado, esa persona había invertido en nuestro movimiento y quería verlo ganar. Una vez que llegamos a hacer que dieran ese pequeño primer paso podíamos volver a ellos una y otra vez pidiéndoles hacer otras cosas. Buscamos maneras de involucrar a las personas con las habilidades y talentos que ya tenían. Y nos aseguramos de seguir con ellos, de acercarnos a las mesas de sus cocinas preguntarles cómo veían el progreso del movimiento. Así nadie se sentía usado cuando necesitábamos algo de ellos.

Uno de mis amigos y maestros de la organización de esos días, Renny Cushing, explicó a nuestra Escuela de Periodismo Auténtico de la sesión del año pasado que “la organización comunitaria era algo así como las redes sociales, ¡sólo que sin Internet!”

Tomando la lección de Bill Moyer, el tipo que me había enseñado a tocar las puertas, organizamos una campaña en la que tocábamos cada puerta de la capital del condado de Greenfield. Hice un mapa de la ciudad y la dividí por distritos electorales y reclutando a personas para ir de puerta en puerta con nuestra petición en calles específicas, hasta que todas las calles estuvieron cubiertas y en pocos fines de semana ya habíamos visitado toda la ciudad. Encontré que una vez que empezamos a hacer organización comunitaria, otros que ya organizaban en sus barrios y pueblos en otras causas acudieron a nosotros y nos ayudaron en el trabajo, incluyendo a un jefe político local llamado Charles F. McCarthy, que podía hablar con todo un distrito electoral en un solo día, y que también conocía a todos los vecinos por su nombre. ¡La planificación y la disciplina atrajeron a las personas que ya eran buenas en estos temas!

Para entonces yo había conseguido un trabajo en un restaurante donde todos los trabajadores eran también propietarios. Utilicé el restaurante tanto como un centro organizador como también un tipo de cubierta. Como “propietario colega de un negocio” era una excusa para visitar a los demás dueños de las tiendas y restaurantes de la ciudad, pidiéndoles poner el periódico de nuestro movimiento en el mostrador, y tratar de reclutar más personas. De este modo, aprendí a recordar los nombres de todo el mundo, hacer pequeñas notas sobre cosas que me habían dicho, acerca de sus historias, para que la próxima vez que los viera pudiera demostrar que sus historias eran importantes y memorables para mí. A mi edad, eso es mucho más difícil de hacer ahora, hay más nombres y rostros que he olvidado de lo que muchos conocerán -así es la vida de un organizador-, pero un joven de 20 años de edad tiene más hábil la memoria. En términos informáticos, ustedes jóvenes tienen el espacio disponible en el disco duro.

Estas nuevas tácticas -que en realidad habían sido desarrollados durante décadas, pero eran algo nuevo para mí- lograron que muchas más personas participaran en nuestra lucha. Me enteré de que la gente común estaba mucho más dispuesta a hacer cosas como llamar a las puertas que asistir a marchas de protesta. El movimiento duró muchos años y muchas cosas más pasaron. Seguimos desarrollando nuevas tácticas. Habíamos aprendido que la repetición de una táctica exitosa no funciona tan bien. La repetición -hacer las mismas marchas con las mismas consignas y emblemas- desgasta y aburre a la gente. También hice un montón de cosas locas para llamar la atención de los medios de comunicación. Una vez demandé al propietario de la planta nuclear por seis millones de dólares y me representé a mí mismo en la corte. En realidad era una especie de broma, la intención era hacerlos quedar en ridículo con sus costosos abogados en contra de una persona de 20 años de edad en un tribunal de justicia. Sin embargo, cuando se convirtió en una historia de primera página la gente empezó a detenerme en la calle y preguntar, “así que, ¿qué vas a hacer con los seis millones de dólares?” Esas son las cosas de las que todos se dieron cuenta. Pero la mayor parte del trabajo que hice no fue dirigido a la atención de los medios de comunicación. La parte que pocos vieron fueron el ir de puerta en puerta, o llamar a 100 personas en una noche para invitarlos a escuchar a un orador sobre los peligros de la energía nuclear, u organizando un concierto de baile para pagar los costos del movimiento.

El movimiento también se dio cuenta de que el problema más importante para la mayoría de la gente era el económico. Habíamos aprendido a insistir en que estas plantas nucleares encarecían sus facturas de electricidad, especialmente las nuevas plantas que se estaban construyendo. Intervenimos en contra de los aumentos de tarifas eléctricas de la compañía y llenamos de audiencias públicas a los organismos reguladores estatales. Y al retrasar el proceso de las empresas para conseguir el permiso de elevar las tarifas eléctricas, tuvimos éxito en hacer de las plantas apuestas más costosas e inciertas para los inversionistas. Seguimos el dinero y comenzamos a cortarlo de nuestro enemigo, la industria de la energía nuclear.

Durante esos mismos años participé en la primera ocupación de Wall Street, en 1979. Organizamos a 20.000 personas de comunidades como la mía, gente que vivía cerca y se organizaba contra otras plantas nucleares, para que todos fuéramos a Nueva York para hacer una manifestación para instar a que los bancos de Wall Street y los inversionistas detuvieran las inversiones nucleares. Al día siguiente, 2.000 de nosotros, formados en la noviolencia, bloqueamos las puertas de la Bolsa de Valores y fui arrestado por ello. Estábamos ordenados, tranquilos, pacíficos, no gritábamos a la policía y tuvimos éxito en crear una situación de calma suficiente para que la policía no abusara de nosotros tanto como lo hicieron las protestas más militantes. Tuvimos una gran cantidad de simpatía del público por ello. Y todo esto sólo duró dos días. Luego volvimos a casa y continuamos organizando a nivel local. Lo más importante fue que se llevó la naturaleza riesgosa de las inversiones nucleares a la atención pública. No pasó mucho tiempo antes de que los bancos y las industrias financieras comenzaran a echar un segundo vistazo, para darse cuenta cómo retrasábamos la construcción de la planta y haciendo que sus inversiones valieran menos, y comenzaron a retirarlas sus inversiones de la industria nuclear.

En esos años, los pedidos de nuevas centrales nucleares llegaron a un punto muerto, y no se construyó ninguna planta nueva en las siguientes tres décadas en los Estados Unidos. La planta nuclear en Rowe, en donde habíamos empezado desde cero con una población hostil y trabajado paso a paso por años para organizar y educar a la población local, ya no existe. En su lugar, ahora hay un campo cubierto de hierba (parte de los desechos siguen ahí, pero al menos ya no genera más).

Y voy a contarles lo que Abbie Hoffman -el disidente estadounidense- me dijo cuando se dio cuenta de mi trabajo en organización y, después, me tomó como su alumno para enseñarme incluso los métodos más nuevos y las mejores formas de hacer el cambio político. Abbie dijo, “no hay una alegría mayor que desafiar la estructura de poder, dando todo de ti, y ganar.” Y nos hizo ganar una batalla tras otra, y supe que tenía razón. El hacer frente a una lucha y ganar se siente como ninguna otra cosa en la tierra. También algunas veces me he sentido de esa manera aquí en América Latina, como cuando Banamex me demandó, junto con Narco News y el periodista mexicano Mario Menéndez Rodríguez, y ¡les ganamos en la corte! Esa es una euforia que ninguna droga puede proporcionar. Supongo que es algo así como ganar la Copa del Mundo o el Super Bowl, excepto que en realidad significa algo y la vida mejora para millones de personas. Y al hacerlo, nos damos cuenta de que tenemos todo el poder que se necesita, más poder que la mayoría de nosotros conocemos. Aprendemos a dejar de consentir y dar ese poder al Estado, al sector privado, a los medios de comunicación, y recuperarlo para nosotros mismos. Y al hacer eso nos volvemos más humanos en el proceso, y más capaces de organizar, defender y promover todo lo que nos importa en esta tierra.

La noviolencia me dio las herramientas que necesitaba para comenzar esta vida de lucha. La organización comunitaria y el periodismo auténtico me dieron las herramientas que necesitaba para terminar y ganar muchas de esas batallas. Las marchas, protestas, ocupaciones, caravanas, eventos de medios, todas esas cosas son importantes, pero por sí solos, nunca han ganado ninguna batalla. Jim Lawson, el arquitecto de la eliminación de la segregación racial de Nashville en 1960, a quien Martin Luther King llamó “el principal teórico y estratega de la noviolencia en el mundo”, sigue haciendo ese trabajo hoy en día -es profesor en nuestra Escuela de Periodismo Auténtico- y dice que aprendió eso mismo. Se trata de la organización.

Este es un punto muy importante: ¡Organización no es activismo y activismo no es organización! Los activistas están en contacto con personas que ya están de acuerdo con ellos y realizan protestas o eventos destinado a llamar la atención de los medios de comunicación. Llevan a cabo un sinfín de reuniones y discuten tanto sobre cosas que no significan nada para el público -ideologías, la corrección política, debates filosóficos, políticas de identidad y todo el resto de la basura que se enseña en las universidades- como sobre cosas que si lo hacen. Los organizadores son diferentes a los activistas. Estamos menos interesados en los que ya están de acuerdo con nosotros. Estamos más interesados en llegar, persuadir y organizar a la gente que todavía no está de acuerdo, o que están de acuerdo pero creen que nada se puede hacer, y encontrar la forma de llevarlos a proyectos de interés mutuo. Todo eso empieza por escuchar sus historias. Después de eso, hay miles de diferentes tácticas y métodos que pueden ser desplegados con miras a ganar un objetivo. En treinta y cinco años en esta historia, sólo he hecho cientos de esas tácticas. Todavía tengo mucho más para aprender. Otra cosa acerca de la organización es que nunca se vuelve aburrida. Siempre hay algo nuevo que descubrir, un nuevo rompecabezas para resolver.

Lo último que voy a contarles acerca de mi historia es una de las razones por las que terminé llegando a México hace quince años. Déjenme plantearles un reto como el que Bill Moyer me hizo: Hoy, me gustaría que practicaran el ser un organizador. Pueden hacerlo al escuchar con mucha atención mi historia, porque les dirá cómo conseguir que yo haga las cosas que quieren que haga. Si escuchan bien entenderán mis motivos, lo que quiero, e idear las maneras para que me ayuden a conseguirlo y al mismo tiempo ayudarlos a que ustedes logren lo que quieren, ¡eso es organizar!

Su lucha en contra de la guerra contra las drogas es una lucha en la que he estado implicado durante más de dos décadas, como organizador y como periodista. Pero en los Estados Unidos me di cuenta que muchas organizaciones e individuos que comparten esa meta no tenían ningún interés en las dos mejores armas para poder lograr algo: la noviolencia y la organización comunitaria. Están más interesados en protestar, llamar la atención de los medios de comunicación, buscar a “importantes” personas de arriba -celebridades, políticos, académicos, personas con títulos y grados, personas y medios de comunicación “respetables”- para aprobar la legalización de las drogas que en ir de puerta en puerta y organizando a nivel más local para construir un movimiento masivo para detener la guerra. En los años 1990, me di cuenta que mi propia gente, los gringos, fueron los más despistados en la tierra cuando se trataba de cambiar sus propias vidas. Y por eso he venido a México para aprender de la gente de aquí, comencé con los indígenas de Chiapas, que estaban teniendo éxito en cambiar sus propias vidas cuando mi propio país no lo hacía.

En los últimos once meses, los periodistas de Narco News y yo hemos reportado sus pasos en este joven movimiento. Pensamos que es bastante obvio que lo hemos reportado de manera distinta que el resto de los medios de comunicación, incluso de los medios independientes. Ahora, quiero que recuerden lo que Abbie dijo de que no hay ninguna alegría mas grande que a desafiar al sistema, dando lo mejor, y ganar. Ahora, imaginen ganar la lucha para ponerle fin a este guerra contra las drogas que en cinco años se ha llevado más de 50.000 vidas en México. Imaginen lo bien que se sentirán. Imaginen lo mucho que cambiará su vida y la de todo el mundo para bien cuando no haya tanta violencia y represión a nuestro alrededor. Pero también imaginen cómo la idea misma de “ganar” podría cambiarte a ti y todos los que están trabajando en el nombre de esta lucha.

Yo estoy aquí reportando su historia porque en once meses han hecho más para poner fin a la guerra contra las drogas que mis colegas en los Estados Unidos han sido capaces de hacer en 40 años, incluso después de haber gastado millones de dólares tratando de hacerlo. Ya han creado el mayor movimiento masivo, con las mayores movilizaciones, contra la guerra, y ya se han ganado la simpatía de la opinión pública. Estoy aquí con ustedes porque creo que están avanzando y tienen una mejor oportunidad de ganar esta lucha que ningún otro pueblo en cualquier otro país. Y cuando ganen, como consecuencia derrumbarán la guerra contra las drogas casi de inmediato en los Estados Unidos y terminará, también, en la mayor parte del mundo.

Esa victoria es en el momento presente y en el espacio alrededor que cada uno de ustedes puede alcanzar y tocar. Está en la puerta que tocarán y en la persona cuya historia buscarán y escucharán con el fin de ser capaces de organizar a esa persona. Así es como nuestras victorias contra la energía nuclear ocurrieron: una puerta a la vez, la historia de una persona a la vez. Eso siempre comienza con la persona más cercana a nosotros; nuestro vecino, nuestro compañero de trabajo, nuestro amigo o familiar.

Si este movimiento se queda en el camino serio de la noviolencia y lo mezcla con el arte de la organización comunitaria, van a triunfar. A lo largo del camino aprenderán que no se trata de protestas o de denunciar o quejarse. No se trata de cuánta gente llega a la manifestación (a pesar de que ya han reunido más gente que cualquier acción en contra de la guerra contra las drogas en la historia del mundo). No se trata de pedir permiso o aprobación de personas importantes o instituciones poderosas. La victoria es sobre lo que construimos desde abajo. Se trata de la organización combinada con el poder de la noviolencia.

Mi vida cambió cuando empezamos esta historia, cuando tenía 17 años en un taller de noviolencia muy parecido a este. Estoy deseando ver, y reportar, los pasos siguientes. Entonces, ¿qué van a hacer?

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